Aprovechando el comienzo de la primavera austral y el del otoño boreal “Malbec”, la jarra icónica del Museo Jarra de Pingüino, decidió tomarse un descanso y salir a recorrer la ciudad de New York en una suerte de afán en unir BA y BA (Buenos Aires y The Big Apple).
Instalado en Manhattan salió a caminar y se detuvo en la 7ª Avenida y la calle 53 frente a la escultura “HOPE” en letras acrílicas del mismo color que nuestra jarra “Malbec”. Esperanza quiere creer, “Malbec”, de un mundo mejor.
Dudando entre una suerte de ingenuidad que lo caracteriza y la realidad que tantas veces lo agobia decidió que ese día lo erótico triunfaría sobre lo tanático y pleno de la energía contagiosa que New York siempre le transmite se encaminó a la 6ª Avenida y se detuvo frente a Radio City, el complejo que desde 1932 ha sido el centro musical de la ciudad declarado Monumento Histórico en 1978.
Avanzó hasta el Rockefeller Center que impone su estilo art decó diseñado por el arquitecto Raymond Hood y que muestra al fondo la estatua dorada de Prometeo. A un costado “Malbec” lee en una placa de granito el decálogo esculpido con el pensamiento de John Davison Rockefeller (1874-1960) del que rescata el primero y el tercero que dicen respectivamente: “Creo en el supremo valor del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad” y “Creo que la ley ha sido hecha para el hombre y no el hombre para la ley, que el estado es el sirviente del pueblo y no su amo”. Dos conceptos que resumen el pensamiento liberal. “Malbec” gira y ve el bello perfil de la Catedral de San Patricio. Dos concepciones de entender la vida.
Meditando en estas cosas camina por la 5ª Avenida, se detiene ante el edificio de la Biblioteca Pública de New York donde en sus escalinatas un grupo de chicos raperos cantan bailan y contorsionan como si fueran de goma y al rato el escenario cambia ya que en Union Square los granjeros y quinteros exhiben el producto de su trabajo que tres veces por semana vienen a vender en lo que se conoce como Farmer´s Market.
“Malbec” sigue por Broadway y se detiene a beber una cerveza en Fanelli Café en Mercer y Prince donde desde 1847 se sirven tragos y viandas y se siente muy a gusto porque le recuerdan el espíritu de los bodegones y tabernas porteñas que lo tuvieron como testigo de interminables charlas.
Sigue “Malbec” su periplo y casi sin darse cuenta ha llegado a Joe´s Pizza en Broadway y Carmine Street, donde el futuro Spider Man trabajo durante un tiempo antes de descubrir sus poderes que lo hicieron el superhéroe conocido por todos.
Al rato ya ha llegado a Ground Zero y monta en un ascensor que da vértigo los 102 pisos de la Freedom Tower que hoy reemplaza a las Torres Gemelas después del atentado del 11 de septiembre de 2001, fecha en que comenzó este conflictivo siglo XXI.
La vista de New York con la extensa urbe de cemento, acero y cristal allá abajo, deja ver, sin embargo manchones de verde y marrón, recordándonos, piensa “Malbec”, que a pesar de las Babeles que construyamos, en el fondo somos polvo y con el tiempo olvido (just dust and oblivion). La temperatura, el sol y las movedizas nubes en el otoño del norte son idénticas a las de la primavera en el sur; otro motivo que emparenta a BA y BA. “Malbec” desciende, camina una cuadras y toma el subte número 2 que lo deja en Clark Street Station, va rumbo al sitio que es “su” lugar en esta BA, así como el muelle de Pacheco en la ciudad de San Isidro, es “su” lugar desde donde a diario contempla a la otra BA. Caminar por Clark St, Pierpont y el resto de calles arboladas abrazando casas de ladrillos rojos emparentan a este primer barrio protegido de New York con South Kensington y Chelsea en Londres y al llegar a este balcón de Brooklyn High Promenade el espectáculo que permite ver desde la estatua de la Libertad al puente de Brooklyn con todo Manhattan al otro lado del East River, “Malbec” siente que este contraste lo representa totalmente: la quietud que impera desde este lado y el torbellino del otro son el reflejo de lo que ocurre en su interior: la necesidad del desafío, de la lucha, del esfuerzo, del trabajo y la paz tan ansiada después de la fatiga. Así se siente “Malbec” y quien esto escribe.
Al rato la quietud requiere movimiento y ya camina por el sendero de madera del Puente de Brooklyn, atraviesa Little Italy, Chinatown y ya trepa por el Puente Williamsburg para recorrer lo que hace diez años era un abandonado distrito fabril en decadencia y hoy es un barrio de gente joven que le impone un sello de energía, creatividad, diseño, comercio, arquitectura, tecnología, música: erotismo imparable.
Retorno a Manhattan, por Broadway hasta la calle 31 rumbo a la 10ª Avenida, trepada a la High Line, la antigua línea férrea, hoy sendero urbano de altura. Se van encendiendo las luces, la vía láctea de edificios de cristal, el fresco de la noche, las más de 13 horas de caminata, el cansancio, imponen la parada en el Marlin Bar de la 5ª Avenida donde “Malbec” para a tomarse un gin and tonic (no sólo de vino vive el hombre). Extenuado llega al hotel desde donde había partido a las 7:30 de la mañana. Ducha reparadora, “Malbec” descansa sobre el escritorio. Quien esto escribe sale a comer.
Después de descomunal “Tomahawk” en Gallahers Steakhouse en la calle 52 voy a descansar, camino lentamente como queriendo retener en mi retina el espectáculo maravilloso que esta BA me ofrece, voy pensando en la verdad que encierra el concepto griego “Viajar es indispensable, vivir no lo es”; mañana a la noche retorno a BA, a pesar de todo siempre retorno. HOPE, de que algún día entendamos que el Estado es el sirviente del pueblo y no su amo: ¿sigo siendo ingenuo?
